domingo, 27 de enero de 2013

El Abismo

Hablar en primera persona siempre fue una de las enfermedades que nos llevaron, terminales y arrepentidos, a elevar plegarias con nuestras gargantas tísicas de tanto trajín a ese dios que nunca volteó a mirarnos agradado. Con las manos juntas y las rodillas raspadas íbamos asomándonos al abismo a la vez para no tener que llorar al otro en caso tal de que sucumbiera ante tal inmensidad. Estábamos en el fin del mundo y aún así nos reíamos de todo lo que estaba pasando alrededor solo por no perder la costumbre que llevamos durante todo el trayecto, y que finalmente, era la culpable de que estuviéramos allí. Nos perdimos sólo una vez, cuando en medio del camino encontramos un problema para contar la historia, no nos entendimos,  hablamos por nosotros –tú por ti y yo por mí – y aún sabiéndonos en el error, seguimos haciéndolo motivados por esa vanidad y orgullo que se nos derrama a borbotones cuando alguno de nosotros se siente con el control de la situación.
Nos equivocamos. Ninguno de nosotros podía siquiera pretender tener el control de la situación. No hay control, y de eso se trataba; se trataba de retarnos –tú conmigo y yo contigo, nosotros – de llegar hasta donde nadie nunca había llegado, hasta la cima más alta escalada por alguien en todos los tiempos. Exhaustos, nos rehuimos a arrecular frente a las circunstancias que nos iban intimidando. Llegamos, sí, pero nos sentimos más nimios que nunca.
Lo logramos, no importó cómo fue que contamos la historia, llegamos hasta donde nadie ha logrado pensar, nos pasamos a dios sin tener el control porque él, aborregado, se sabe como una invención de alguien que sí tiene carne y hueso. Nunca importó cómo fue que contamos la historia, lo que importó fue que la tortura la soportamos juntos; y que aunque queramos –tú para ti y yo para mí – hablar en primera persona, tu historia y la mía son la misma. Caminamos juntos y fuimos lo mismo: huesos cubiertos por carne que fueron capaces de despertar la envidia de dios sin saber lo que estaban haciendo.

 Luego, sucumbimos satisfechos ante el abismo.