martes, 15 de octubre de 2013

La Resistencia, el Autoexilio.

A veces es mejor guardar silencio
para cuidarse la retaguardia,
para luchar contra la injusticia
y pararse en la resistencia.

Es mejor soltar las amarras del llanto,
medir los vientos,
Limpiar el mascarón de proa,
y aventarse hacia el abisal horizonte,
con la incertidumbre de no tener manera alguna
como calcular las consecuencias.

A veces hay que armarse de valentía
para barrer el sótano,
y para lograr espantar a los fantasmas
que habitan en la buhardilla.

A veces uno amanece heteróclito,
estrafalario,
indolente, apagado,
moribundo,
lejano.
Pero es mejor soltar las amarras del llanto
y es mejor la resistencia.
Es mejor desterrar los demonios
que duermen bajo la cama.
Es mejor el autoexilio
de mi tierra a tu patria,
de mi habitación a tus montañas
que predican la esperanza;
es mejor ondear como bandera
la inmensidad de tu sonrisa,
y perderme en la inmensa selva
de tus cabellos abrillantados.

y someterme a la mirada esquiva
que me tranquiliza y me hace sentir
como veterano de guerra,
victorioso,
muy a pesar mi propio fracaso.

domingo, 9 de junio de 2013

El Analgésico

Estas manos
ya no tienen fuerza para coger otras manos
y estos brazos
ya no saben abrazar.
Mis ojos ya perdieron el brillo que tenían,
mis oídos ya no se preocupan por escuchar,
mis pies ya no tienen a dónde ir,
mi cabeza ya no vuela
y mi respiración
ya es tan detestable como regular.

Mi piel es áspera
y mi sonrisa fingida,
mis pasos son vagos,
mis labios resecos,
mis verdades son historias seducidas por el azar;
mis fotos son más grises,
mi mirada es más cansada,
y las sombras debajo de ella
ya se notan más.

El tiempo como enemigo es el peor de los verdugos
y su táctica de tortura es
poquito a poquito
irnos dejando vacíos
mientras el analgésico hace efecto
y nos condena a la costumbre.

¡Si me muero que me duela,
que quiero darme por enterado!

lunes, 25 de marzo de 2013

Lo Micro y lo Macro

La dromología es clara con sus necesidades, y las impone como mandatos soberanos a quienes la alimentamos, sin saber que alimentamos la fugacidad de la propia existencia. Le damos de comer caviar y champán a nuestro verdugo, y con esa misma ingenuidad lo abrazamos queriendo televisores más grandes y celulares más pequeños, distancias más cortas y vidas más largas; y todo más rápido, los computadores, los carros, las conexiones, los estudios, todo. Esa luz al final del túnel es el fin del tiempo y nosotros, adolescentes de prudencia, corremos desesperados como quien quiere presenciar a modo de espectador lo que va a pasar, aún sabiendo que esta puesta en escena es más una dramaturgia simultánea que un film realizado en 16mm.

 Pero hay que hablar de lo micro y lo macro. Primero, es una eterna enemistad que no permite la existencia del uno sin el otro. Los ingenieros electrónicos estudian flujos microscópicos necesarios para la construcción de procesadores y gadgets que después, unidos a muchos otros, le dan movilidad a las máquinas más monumentales que se necesitan para la conclusión de tareas más rápidamente, más eficientemente, más austeramente, y por sumatoria de las anteriores, mejor. Es una discusión profunda y oscura, donde tomar partido es, más que una necesidad, una obligación ineludible, una forma de entender las cosas.

 Descomponer lo grande en pequeño es tarea de inquietos que cuestionan las partes de un todo, aún sabiendo que el todo es más que la sumatoria de sus partes. Se trata de quienes se abruman por lo mínimo, por lo cotidiano que puede llegar a ser el trato inesperadamente cómodo con el taxista que los lleva al trabajo, o el guiño lanzado por esa mujer linda que está atravesando la cuadra del frente. Son los ancianos que le cuentan a sus nietos las aventuras que vivieron con sus amigos, los jóvenes que viven el momento, son la vida descompuesta en momentos, son un eterno presente, las circunstancias, los impulsos, el ya. Son aquellos de las torturas cortas, punzantes y constantes, los que no se acostumbran, son aquellos que enarbolan la bandera contra la rutina, son los meticulosos con lo que miran, los que detallan todo y los afecta todo, claro, porque fijarse en todo también incluye entristecerse con todo lo malo que hay alrededor y alegrarse con lo maravilloso que es todo. Bipolaridad dirán algunos, pero es más preciso llamarlo sensibilidad y adaptabilidad frente al presente, que es finalmente lo palpable de la vida, la vida desde el realismo, la vida positiva, el vivir precisamente mientras se está viviendo.

 En contravía, la ocupación de lo grande es una empresa de calculadores y valientes, de los irreverentes que no se agachan frente al destino y prefieren que él los aplaste con la espalda erguida a que les perdone la vida por ocuparse de lo chico sin preguntarse por lo trascendental. Es una vida de héroes que consiguen diseñar su vida desde lo que realmente quieren, y de mártires que mueren en el intento. Es una vida de suicidas, de aberrados, de atrevidos, de los que se van all in. Son los que no se conforman con una mañana soleada en la eterna tormenta de los días y los que generalizan, los que redondean, los que buscan el destino final, los que van hacia donde quieren ir sin desviarse del camino por más tentador que pueda parecer. Por tanto, son los de las felicidades infinitas y las tristezas profundas, y los de la eterna ataraxia, los que van caminando comparando con el ayer y pensando en el mañana, los que se preocupan por una vida después de la vida, los que se rehúsan a dejar de vivir después de vivir.

 Los unos son más intensos y cambiantes, mientras los otros, más pausados, buscan la funcionalidad del resultado final. Los que se dejan seducir por lo pequeño, se dejan enredar por amores pasajeros y pasan, de abrazo en abrazo, dejando los restos de su amor por doquier sin necesidad de sentirse mal, porque frente a la lucha contra las adversidades es mejor rendirse y entender que la vida es así y que hay que bailar al son que ella quiera, y si el mundo no conspira, pues no; mientras que alguien que sabe realmente lo que quiere, se pone inmediatamente la capa cruzada para defender lo suyo contra todo lo que se le venga, porque vivir una vida sin conseguirlo no es vida. Los primeros viven su vida fluyendo, y así el cauce se marca a su antojo y está bien, mientras los segundos viven la vida apuntando, y en caso de no lograr atinarle, era mayor la posibilidad de hacerlo si se apuntaba a si simplemente se lanzaban piedras sin razón.

domingo, 10 de marzo de 2013

La Vida es Cuestión de Método

Ella se montó en el primer taxi que frenó justo frente a sus pies, y después de una despedida sin rodeos ni pesares, ya se había ido. Los eventos desafortunados que sucedieron a ese momento los podría contar por cientos, pero no vale la pena detenerse en historias tan importantes y carentes de sentido para mi entendimiento tan diezmado y aturdido después de ese día.
Ojala no hubiera frenado ningún taxi, aún sabiendo que ella y su dulzura logran lo que sea; en cuyo caso habría sido mejor desear que ella hubiera tenido un día de esos en que la amargura inunda el alma, pero en esa situación algún taxista se habría percatado del rastro de su sonrisa en su rostro apretado, claro, porque hay gente que es incapaz de fruncir el ceño sin parecer haciendo muecas: hasta la amargura bien tenida se logra con práctica. Ojala entonces hubiera empezado a llover justo en ese instante, y así esa ley física de los taxis en las ciudades grandes habría aplicado y hubiéramos encontrado que todos, mágicamente, hubieran pasado ocupados.

 Nada conspiró, pero yo, siempre tan arrogante, no acepté la idea de que el destino es el que tiene la última palabra. Pensé en tomar el taxi que estaba detrás del suyo pero revisé mi billetera y claro, nada. Entonces pensé en correr. Corrí. ¿Correr para qué? Claro que sabía para dónde iba, pero si ella se había ido era por algo, y el gesto de ir tras de ella hubiera mostrado un apego obsesivo, lindando con lo tenebroso.

 La mejor decisión fue imaginarla sentada en ese taxi. ¿Qué habrán conversado? Quizá ella no aguantó el llanto y se regó, o quizá esperó hasta llegar a casa y llamar a su amiga, o quizá bailó para sudar su pena y seguir como si nada. Yo solo espero, desde la esperanza más que desde la quietud, que algún día un taxi de tantos que pasan por la ciudad pare frente a mi balcón, y que sea ella quien se baje de él. Total y mi vida siempre se ha basado en la esperanza, que para tenerla bien tenida, también exige práctica.

martes, 26 de febrero de 2013

Te Quiero y te Quiero

Te quiero. Te quiero como nunca he querido a alguien y te quiero como no quiero querer a nadie más que a ti. Te quiero como quieras, te puedo querer como se quiere a las mujeres los viernes en la noche, o te puedo querer como se quiere a la gente que elige llamarlo a uno a las tres de la mañana tras una pesadilla que no permite volver a conciliar el sueño.
Te quiero. Te quiero sin misericordia, te quiero como los marinos quieren a sus amantes después de embarcar en un puerto, y te quiero como los marinos también quieren a sus esposas. Te quiero a la luz de las velas, te quiero cuando chocamos nuestras copas, cuando chocamos nuestros cuerpos y cuando chocamos con el mundo; y también te quiero con la cara mojada en llanto, con tus manos sobre las mías, con tus domingos a las cinco. Te quiero despelucada y te quiero recién despierta, te quiero en nuestros desvelos y nuestros afanes, te quiero en los almuerzos con mi familia y te quiero en la intimidad. Te quiero con desenfreno y con devoción. Te quiero, te quiero de deseo y te quiero con Amor; te quiero como sólo yo sé quererte y te quiero como cualquier hombre quiere a una mujer. Te quiero y te quiero, y quiero quererte queriéndote, y desde el querer; y como quieras que te quiera también te quiero.


 Tú solo quiéreme y quiéreme, quiéreme como quieras, pero quiéreme.

jueves, 14 de febrero de 2013

Improvisación

El portazo dejó caer a su paso un alarido de exclamación aún cuando el disco decía en ese mismo instante que sonó como un signo de interrogación. A partir de ahí, nada; imaginarla apagando las velas, cambiar la radio de estación, lavar las copas de cristal, y él, turista en el lecho de la soledad, tuvo que meterse con toda la delicadeza del caso para no caer en el abismo brutal de la nostalgia justo después de su partida. Por supuesto que era peligroso darse la oportunidad de sentir frío por no sentir una vez más sus piernas buscando entrelazarse con las suyas, y extrañar el beso de buenas noches equivalía a inmolarse a la salida de la misa dominical; con la diferencia de que en el segundo escenario él sería considerado como un valiente, mientras en el primero sólo pasaría por tonto.

Pues bien, esa noche cayó. Como si no hubiera dejado las flores en el balcón, como si no confiara en que ella las fuera a regar, como si los espejos realmente fueran los que le gritan cuando se ve en ellos, como si la gente que se Ama tanto pudiera decirse adiós, o como si en ese caso en particular ambos no estuvieran seguros del final. Ambos tenían el guión de la historia y sabían a dónde tenían que llegar, pero ellos eran más de los actores que se dejan llevar por la emoción. Improvisar es todo un arte, es el arte de llegar al norte caminando hacia el sur.

lunes, 4 de febrero de 2013

Carta Abierta

Partiendo de la realidad ineludible de que no soy nadie para estar dando consejos, estoy obligado a darle rienda suelta a todas las maquinaciones que me produce el estar amordazado sin más consuelo del que saber —confiar, para ser más preciso— que lo que me está pasando en este momento es una fiebre de mis sentidos, y que las cosas quizá no estén tan mal, que si están tan mal pueden mejorar, o que si no puedo cambiar nada, la infinita misericordia del universo hacia nosotros nos dotó de esa herramienta que tanto odiamos pero que es la única que nos puede salvar: la costumbre, la que nos pierde todos los días de lo que somos, comportándonos precisamente como somos.
 Por supuesto que es una decisión difícil escoger cuál es la respuesta más acertada cuando uno se sabe con el cañón apuntando justo entre ceja y ceja, y se convierte en algo casi religioso, ontológico, definitorio, una decisión inconmensurable y capaz de reducir hasta el último de los suspiros en plegarias para una muerte certera y piadosa, como también puede convertirse en el paraíso terrenal, o en el eterno vacío antes del totazo. Como se quiera, en cuestión de posturas ideológicas el menú es a la carta.

 Podríamos hacer como si nada estuviera pasando y darle la espalda a todo aquello que está incomodando para no caer en el existencialismo recalcitrante que hizo de Hemingway un tísico suicida. Podríamos entonces entrar en rutinas de autocontrol para calmar el estrés, tomar fluoxetina, ir a caminar los domingos en la mañana, evitar darnos muy duro en la cabeza con el ron que nos metemos los viernes en la noche y tomar leche caliente para que Morfeo nos lleve sin que nuestras cabezas logren escribir la historia de lo que pudo haber sido.
Adormecernos, comer poco, hablar poco, sentir poco y dejarnos inyectar anestesia por todo el cuerpo para que pase lo que sea que pase sin la autodestrucción ulterior. ¿Pero acaso adormecer los sentidos no es igual a vivir sin sentirse vivo?

 Podríamos entonces aferrarnos a que todo va a estar bien y pasar la vida pensando en que la tormenta cesará o que las nubes van a ganarle espacio al sol en el cielo, pero en el momento en el que la tormenta arrecie o el sol frite nuestros hombros, nos veremos frente a la tortuosa realidad de ser unos desdichados que después la historia borrará para poder contarle a los niños esas historias que nos hicieron creer a nosotros que había razones para ser optimistas.

 También podríamos acostumbrarnos. Pero no. Acostumbrarnos nunca, eso sería decir que no nos incomodara, y esa afirmación es entre muchos otros adjetivos, mediocre y pírrica. Indigna de nosotros los que nos molestamos en pensar qué hay que hacer en caso tal de que estemos maniatados por la desazón
La cura, o por lo menos la mía, es mandarle a usted estos abrazos en palabras. Abrazos torpes en palabras torpes. Es como abrazar el aire. Abrazar la vida para que se acuerde que acá, a este lado de la pantalla, está un alma en pena con la cabeza en alto y dispuesto a correr sin pies para socorrer a quien lo necesita.
Y a quién no lo necesita también.
Nadie necesita un abrazo tan mal dado.

domingo, 27 de enero de 2013

El Abismo

Hablar en primera persona siempre fue una de las enfermedades que nos llevaron, terminales y arrepentidos, a elevar plegarias con nuestras gargantas tísicas de tanto trajín a ese dios que nunca volteó a mirarnos agradado. Con las manos juntas y las rodillas raspadas íbamos asomándonos al abismo a la vez para no tener que llorar al otro en caso tal de que sucumbiera ante tal inmensidad. Estábamos en el fin del mundo y aún así nos reíamos de todo lo que estaba pasando alrededor solo por no perder la costumbre que llevamos durante todo el trayecto, y que finalmente, era la culpable de que estuviéramos allí. Nos perdimos sólo una vez, cuando en medio del camino encontramos un problema para contar la historia, no nos entendimos,  hablamos por nosotros –tú por ti y yo por mí – y aún sabiéndonos en el error, seguimos haciéndolo motivados por esa vanidad y orgullo que se nos derrama a borbotones cuando alguno de nosotros se siente con el control de la situación.
Nos equivocamos. Ninguno de nosotros podía siquiera pretender tener el control de la situación. No hay control, y de eso se trataba; se trataba de retarnos –tú conmigo y yo contigo, nosotros – de llegar hasta donde nadie nunca había llegado, hasta la cima más alta escalada por alguien en todos los tiempos. Exhaustos, nos rehuimos a arrecular frente a las circunstancias que nos iban intimidando. Llegamos, sí, pero nos sentimos más nimios que nunca.
Lo logramos, no importó cómo fue que contamos la historia, llegamos hasta donde nadie ha logrado pensar, nos pasamos a dios sin tener el control porque él, aborregado, se sabe como una invención de alguien que sí tiene carne y hueso. Nunca importó cómo fue que contamos la historia, lo que importó fue que la tortura la soportamos juntos; y que aunque queramos –tú para ti y yo para mí – hablar en primera persona, tu historia y la mía son la misma. Caminamos juntos y fuimos lo mismo: huesos cubiertos por carne que fueron capaces de despertar la envidia de dios sin saber lo que estaban haciendo.

 Luego, sucumbimos satisfechos ante el abismo.