domingo, 10 de marzo de 2013

La Vida es Cuestión de Método

Ella se montó en el primer taxi que frenó justo frente a sus pies, y después de una despedida sin rodeos ni pesares, ya se había ido. Los eventos desafortunados que sucedieron a ese momento los podría contar por cientos, pero no vale la pena detenerse en historias tan importantes y carentes de sentido para mi entendimiento tan diezmado y aturdido después de ese día.
Ojala no hubiera frenado ningún taxi, aún sabiendo que ella y su dulzura logran lo que sea; en cuyo caso habría sido mejor desear que ella hubiera tenido un día de esos en que la amargura inunda el alma, pero en esa situación algún taxista se habría percatado del rastro de su sonrisa en su rostro apretado, claro, porque hay gente que es incapaz de fruncir el ceño sin parecer haciendo muecas: hasta la amargura bien tenida se logra con práctica. Ojala entonces hubiera empezado a llover justo en ese instante, y así esa ley física de los taxis en las ciudades grandes habría aplicado y hubiéramos encontrado que todos, mágicamente, hubieran pasado ocupados.

 Nada conspiró, pero yo, siempre tan arrogante, no acepté la idea de que el destino es el que tiene la última palabra. Pensé en tomar el taxi que estaba detrás del suyo pero revisé mi billetera y claro, nada. Entonces pensé en correr. Corrí. ¿Correr para qué? Claro que sabía para dónde iba, pero si ella se había ido era por algo, y el gesto de ir tras de ella hubiera mostrado un apego obsesivo, lindando con lo tenebroso.

 La mejor decisión fue imaginarla sentada en ese taxi. ¿Qué habrán conversado? Quizá ella no aguantó el llanto y se regó, o quizá esperó hasta llegar a casa y llamar a su amiga, o quizá bailó para sudar su pena y seguir como si nada. Yo solo espero, desde la esperanza más que desde la quietud, que algún día un taxi de tantos que pasan por la ciudad pare frente a mi balcón, y que sea ella quien se baje de él. Total y mi vida siempre se ha basado en la esperanza, que para tenerla bien tenida, también exige práctica.

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