miércoles, 8 de diciembre de 2010

Uno. Sol.

No sabría decir si la resaca de hoy es de licor o de amor, digamos entonces que para mí se siente muy parecido, es el mismo desdén por la vida, el mismo temblor de mis dedos para agarrar el vaso, el mismo aliento a cigarrillo y el mismo color de ojos afectados por la sangre inyectada allí.

Claro, predecible es que cuando me miré al espejo tenía la sonrisa empapada de las ganas que aún tenía por Isabel y aguantándome las ganas de un vómito que apareció inminentemente un minuto después. Sorprendente es que aún ahí no había bajado de esa nube donde ella me tenía jugando a ser Dios (espero a Dios no le importe, espero Dios no me lea). La golpiza la sentí cuando le escupí a mi reflejo una saliva fragmentada, efervescente como el Alka-Seltzer que tenía servido hace rato; cuando la sonrisa se me desdibujó y dije: “Mierda, volví a perder”.

Hoy es un Sol, un Sol brillante, pero un Sol menor.

Todo me parece ya tan estúpido como yo, estúpida la idea de otro diario con mis debilidades, estúpida la sensación de ser el más miserable de todos, aún sabiendo que hay muchos peores que yo; estúpido tener la certeza que fueron mis errores los que me tienen así, y estúpido ese sol que no sé por qué brilla tanto hoy: si por una burla hacia mí, o por si fue lo mejor, o si me esperan cosas mejores (teniendo también la certeza de que a ella le pasarán cosas mejores) o si es la calma tensa de la que tanto hablo antes de la tempestad, o si simplemente no significa nada y yo estoy muy mal.

Ella me advirtió al principio que no la amara, y yo como buen idiota la amé, o la amo, no sé.

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