miércoles, 8 de diciembre de 2010

Prefacio.

Todos lo sabíamos, ¿Cierto?
Todos sabíamos que volvería aquí, a páginas oscuras cargadas de tristeza como los naranjos en verano; lo que nadie se suponía (ni siquiera yo, debo admitir con desazón de ese que te parte el corazón en pedacitos pequeñitos) es que sería tan rápido.
Esto es todo lo que tenía por decir hoy, no sin antes hacer hincapié en los tragos que bebí esta noche pensando en ella, pensando en el sabor que traen esas copas plásticas y esa cerveza de etiqueta roja, ese amargo que me parece dulce cuando lo contrasto con la mezcla de sus dos lágrimas, las tres mías, y ese sollozo final que solté después que el taxi dio vuelta en la esquina.
Yo no quería otra historia para acá, pero bueno, no se trata aparentemente de lo que yo quiera, y sin más ni más, por ahora dejemos descansar el sueño del amor, por ahora soñemos solo a ser Nobel de paz.

Como es nuevo para mí, decidí terminantemente el método para ella, no solo porque dejo los cambios repentinos de tercera a primera persona (sin dar a fácil comprensión si se trata de una carta dirigida o un memorial de agravios catártico) sino porque también planeo hablar con nombre propio, sin esconder ni maquillar solapadamente lo que pasó (eso es porque por primera vez, no me arrepentí). Eso sumado a otros tantos deseos de cambio que me vayan surgiendo o que ya lo hicieron pero a los que no me puedo comprometer, como es el caso de la rima, pero esa es una pantomima mía que muy difícilmente pueda erradicar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario