lunes, 7 de marzo de 2011

Procedimientos para Asesinar a Dios.

No es lo más normal que alguien quiere matar la luna, así como los animales no matan solo por ver caer; pero la condición humana de supuestos pensantes superiores hace que este deseo testarudo y bestial sea más cotidiano en aquellos momentos donde se hace indispensable ver un poco de sangre ajena, así se perturbe a las ánimas que se escapan del purgatorio para hacer de una noche una tortura de Dios infinita (recordando pues, que Dios es atemporal).
Es necesario también tener presente que para asesinar a un habitante de la bóveda celeste, primero se le debe tener un odio desmesurado, odio que —para bien o para mal— solo se consigue cuando se le ha amado profundamente hasta el punto de haberle confiado cosas que ni a ti mismo te confías; de lo contrario, solo estarías perdiendo el tiempo, matando el tiempo mientras el tiempo te mata a tí… a menos que seas Dios, pero en ese caso serías la mismísima bóveda celeste.

Entonces se abduce que al asesinar a la luna, se asesina también a Dios.













Luego de concluido y asumido ese riesgo de retar lo divino, es hora de empezar la ceremonia de defunción. La providencia es sencilla, pero es tan intensa como un asesinato común, tan intenso como cuando se hala del gatillo o se entierra por primera vez el puñal en el torso de la víctima, además que se está exento de cualquier intento de pseudo justicia terrenal, cosa que convierte el acto en algo completamente válido y prudente para desahogarse o bien para terminarse de ahogar—ahogando también lo que para muchos es su único polo a tierra—.
Este es el momento para hacer algo que lo relaje como tomarse un café o fumarse su cigarrillo importado, ojala solo, pero riegue un poco de lo que esté tomando o prenda otro de lo que esté fumando para compartir con la víctima, primero que todo siempre está la cortesía caballeresca (o burlesca, según el tinte de la situación).

Luego, párese enfrente y con una mirada vaga empiece a pensar en todo lo que lo tiene así.
Odie, odie mucho por el amor que algún día sintió.


Ahora, cante esas canciones prohibidas, esas que lo hacen llorar como viuda en funeral; pero evite aún que sus lágrimas rueden por su mejilla, espere hasta que se vuelva insoportable… y en ese instante donde la desesperación y el asco por la vida lo abrazan, suspire, contenga, exhale bruscamente y grite mientras siente como sus lágrimas se mezclan con la saliva que muy seguramente ya dejó toscamente en el piso.
Siéntalo, ya la mató.


Olvide todo.

Y levántese en la mañana siguiente con la certeza de que ya todo está perdonado… y que la luna de ésta noche tiene otro nombre, otro rostro, otra sonrisa y otro tinte de amor, amor que se convertirá en odio y que será acreedora de otra muerte brutal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario